La solidaridad que resiste: cuando el abrazo comunitario desafía a la pobreza
En los pasillos de un barrio del conurbano, una olla de hierro despide vapor. Son las once de la mañana y varias vecinas se turnan para revolver el guiso que, en pocas horas, llenará platos de más de cien chicos. El aroma es simple, pero detrás hay algo mucho más profundo: un entramado de solidaridad que sostiene vidas allí donde los números del INDEC marcan carencias.
La pobreza en la Argentina sigue siendo un drama cotidiano. Según el último informe del INDEC para el primer semestre de 2025, el 31,6% de las personas vive por debajo de la línea de pobreza. Eso equivale a más de 9,4 millones de habitantes en los principales aglomerados urbanos. La indigencia afecta al 6,9%, es decir, a más de dos millones de personas que ni siquiera alcanzan para cubrir lo básico de la alimentación. Y aunque el Gobierno celebra la baja frente al 38,1% registrado el semestre anterior —la cifra más baja desde 2018—, los especialistas advierten: detrás de la estadística, la mayoría de los hogares sigue ajustando para llegar a fin de mes.
Lo que ocurre en los barrios vulnerables no es caridad ni beneficencia. Es una resistencia activa contra la exclusión. Cada merendero, cada taller de apoyo escolar, cada joven que organiza una huerta comunitaria está construyendo ciudadanía. La solidaridad, en estos contextos, no es un gesto aislado: es un modo de subsistir, de crear lazos, de decir “no estamos solos”.
Los efectos son palpables:
Atenúa las urgencias inmediatas: un comedor comunitario puede marcar la diferencia entre hambre y subsistencia. Fortalece el tejido social: donde hay confianza y apoyo mutuo, hay más herramientas para enfrentar crisis. Siembra futuro: talleres culturales y educativos no sólo sostienen a los chicos hoy, sino que abren caminos hacia una vida distinta.
Críticas y dudas
Sin embargo, mientras las estadísticas muestran mejoras, las críticas no tardan en llegar. Se cuestiona que el INDEC mida la pobreza solo desde una perspectiva monetaria, sin contemplar dimensiones como vivienda, salud o calidad educativa. Además, la canasta básica con la que se mide la pobreza muchas veces no refleja las realidades regionales.
Algunos analistas advierten que “salir” de la pobreza en los papeles no siempre significa una vida digna. Hay familias que logran superar el umbral estadístico, pero siguen endeudadas, precarizadas o sin acceso a servicios básicos.
Cuando la comunidad marca el rumbo
La experiencia muestra que, aun con críticas y limitaciones, la solidaridad es capaz de contrarrestar los efectos más crueles de la pobreza. No la elimina, pero la enfrenta. Y sobre todo, crea un horizonte de dignidad. En una Argentina donde uno de cada tres ciudadanos sigue siendo pobre, la salida no puede pensarse sin una ecuación que integre política pública, desarrollo económico y compromiso comunitario. Porque la pobreza no se combate solo con estadísticas: se enfrenta con responsabilidad política y estatal, con un plato compartido, con un taller que evita que un chico deje la escuela y con una mano extendida en medio de la necesidad.