Hace exactamente 412 años fallecía “el Taumaturgo del Nuevo Mundo” en Lima, en el entonces Virreinato del Perú. Se dice que, al momento de fallecer, las campanas del convento en el que estudió, en España, sonaron repentinamente y por sí solas. Ese es solo uno de los muchos milagros atribuidos popularmente a San Francisco Solano, el sacerdote cristiano en cuyo honor se celebra, todos los 14 de julio, el Día del Misionero. Beatificado y canonizado, los prodigios religiosos que realizó en su larga estadía en Sudamérica, con paso en Argentina, proveen fortaleza a los creyentes de la región.
Francisco Sánchez Solano nació en España en 1549, pero residió en el que llamaba “nuevo mundo” desde 1589. Su misión en América fue expandir el cristianismo durante la colonización de los pueblos originarios. El sacerdote navegó a través del Atlántico hacia lo que hoy es Perú, desde donde cruzó a pie la cordillera de Los Andes para llegar al actual norte argentino y, en particular, a Tucumán. En total, Fray Francisco pasó dos décadas predicando la palabra de Dios a las tribus aborígenes de la región. Allí, se dice, ocurrieron la mayoría de los milagros del santo.

San Francisco Solano fue, ante todo, un misionero, y sus milagros en tierras sudamericanas lo retratan como tal. Según el cristianismo, el sacerdote gozó del conocido como “don de lenguas”, una facultad extraordinaria concedida por el Espíritu Santo que permite a una persona hablar idiomas que no practica. Esta virtud le habría permitido comunicarse fácilmente con los habitantes nativos. A ellos, se dice, Solano se dirigía solo con un crucifijo y, en ocasiones, instrumentos musicales con los que les cantaba.
Uno de los milagros más populares atribuidos al santo es el del Pozo del Pescado, que tuvo lugar en la actual Tucumán. Allí, dice la historia, asediaba una dura sequía de verano que era letal con las tierras y animales del lugar. Desesperados, los aborígenes acudieron a San Francisco para pedir ayuda. Para la sorpresa de los pobladores, él les respondió en su idioma y, de pronto, golpeó con su bastón el suelo al son de unas palabras que recitó a Dios. Entonces, repentinamente brotó agua cristalina de la tierra, se formó una pequeña laguna e incluso comenzaron a saltar peces en el charco. 400 años después, el lugar es un punto de encuentro y oración para los creyentes que recorren el norte argentino.

Otro prodigio ocurrió en lo que hoy es San Miguel de Tucumán, donde se presentó San Francisco ante el llamado de los nativos. Resulta que el sacerdote tenía especial trato con los animales, y, un día, un toro escapó furioso por las calles del pueblo. La tradición relata que, en cuanto el fray llegó, se paró frente al animal con calma. Increíblemente, el toro se acercó, relajado, a San Francisco y comenzó a lamerle las manos. Solo él pudo guiarlo de vuelta a su corral.
Antes de su vida como misionero, San Francisco Solano se educó en el Reino de Córdoba, España, donde llevó a cabo distintos milagros. Ingresó de joven a la Orden de San Francisco de Asís, estudió Filosofía y Teología y se convirtió en sacerdote a sus 27 años. Se cree que las curaciones aparentemente inexplicables que realizó durante su residencia en su tierra natal le hicieron ganar fama entre los pobladores.
Así es que, en una ocasión, una mujer le pidió que leyera el evangelio a un bebé que cargaba en brazos, en la calle. El sacerdote observó que el niño estaba enfermo y tenía llagas en su boca, por lo que decidió lamer su rostro para curarlo. Se dice que el bebé despertó curado a la mañana siguiente. Otra vez, San Francisco asistió a un hombre que no podía caminar por las llagas de sus piernas. De nuevo, las heridas se curaron tras el beso del sacerdote.
También hay anécdotas sobre su relación con los animales, que protagonizaron varios encuentros con el sacerdote. Una historia popular cuenta que, en cierto momento, una gran serpiente atacó a los pastores y al ganado en la región. Según el relato, San Francisco la retó y le ordenó ir al convento, donde la alimentaron lo necesario. Tras la intervención, el animal se marchó y no causó más problemas en la zona.
Asimismo, muchos creyentes atribuyen popularmente a San Francisco Solano diversos milagros ocurridos post-mortem. Por ejemplo, se dice que, en 1639, un niño enfermo de nacimiento falleció a los pocos días de vida. Pero, cuando su padre colocó un retrato de San Francisco en el rostro del bebé, a la media hora recobró el aliento.
San Francisco falleció el 14 de julio de 1610 en Lima, capital del actual Perú, tras varios años de lucha contra una enfermedad estomacal. Se lo llama “el Taumaturgo del Nuevo Mundo” por sus prodigios mientras evangelizaba Sudamérica, a lo que dedicó un tercio de su vida. “Taumaturgo” significa “aquel que opera milagros” o “quien hace milagros con el poder de Dios”. En honor de San Francisco Solano y de sus milagros, el cristianismo celebra en esa fecha el Día del Misionero.
Primero, el Papa Clemente X lo beatificó en 1675, a algo más de medio siglo de su deceso. Luego, en 1726, el Papa Benedicto XIII ordenó su canonización, lo que lo convirtió en santo. Desde entonces la Iglesia aceptó oficialmente el culto a San Francisco Solano: su fiesta se realiza el 24 de julio para la Orden de San Francisco de Asís, pero en la Argentina la celebración se mudó al 14 para recordarlo en su fallecimiento. Patrono del folklore argentino, creyentes de toda la región veneran a San Francisco Solano por sus milagros, que, este Día del Misionero, cumplen más de 400 años.
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